lunes, 23 de diciembre de 2013

Cumpleaños




Ella no es ahora muy buena para las fechas, pero siempre ha dicho que hay algunas que están tatuadas en su memoria, como esta del  día  cumpleaños de él. Ahora deben ser como 62 o 63, qué importa ya. Total, hace muchos años que no sabe de él y seguramente morirá sin volver a saber. 

Sin embargo, él fue (¿o es?) su amor infinito. Alguna vez ella dijo que si a algo vino a este mundo, era a amarlo. Fue y es su sino. Fueron de todo: novios, amantes, parejas, amigos, compañeros. No fueron ni militantes de un mismo partido (aunque sí de una misma causa, con sus bemoles, claro está) ni esposos ni progenitores. Aunque él fue el padre de todos los hijos que ella soñó. Ella recuerda con precisión cuando allá, en los lejanos 80, le dijo a él- luego de muchos años sin verse- que él era su trascendencia y ella, posiblemente, fuese tan solo una circunstancia. El lo negó, pero ella lo sintió como una certeza, una dura certeza, terrible certeza, que el tiempo- ay el tiempo- se encargó de corroborar.

Ella lo siguió- mejor lo persiguió- por todo el país. Solo ella sabe las locuras que hizo por tenerlo cerca; muchas de las cuales él ni se enteró y ella, ya casi no recuerda los detalles, apenas algunos datos que le hacen sonreír porque parecieran de novela, como la vez que recorrió, palmo a palmo, cada uno de los hoteles y moteles de una ciudad donde él estaba, siguiéndole la pista, en los tiempo que no había Internet, ni celulares. En un día fue y regresó a  su ciudad de origen.

Ella recuerda haber celebrado con él pocas veces sus cumpleaños, aunque durante años era su más grande deseo, pero siempre se interponían otras cosas. Ella soñaba con ese día y más de una vez se lo pidió de regalo al niñojesús, pero claro ya era grande y él ya no la incluía en su lista. Solo por eso, pensaba ella. La verdad era más cruel, pero esa explicación era más bonita o más poética.

Ella, que lo conoció cuando tenía 14 años, lo recordaba de una sola manera, no obstante que lo vio hasta bien entrado los 40, no logra imaginárselo de 6 décadas, no logra imaginárselo con canas, sin su bluejeans y su aspecto de un eterno joven, ahora que ya es abuelo de - seguramente- muchos nietos. Ella que alguna vez le pregunto qué sentía ser papá- allá por los 80- ahora ya no tiene curiosidad por saber qué se siente ser abuelo. Ella seguramente también ha cambiado.

Ahora que él cumple años, ella siempre le reitera sus deseos, que son como unos mantras y que los invoca cada vez que lo recuerda: que tenga trabajo, que tenga salud y sobre todo- su venganza más dulce- que lo amen tanto como él ama a la persona con quien está, porque tiene la certeza de que no está solo. Los hombres les cuesta convivir solos. La soledad los chantajea con frecuencia, como dice una amigo de ella que- por ahora- vive solo. Ese deseo, casi oración, es su ofrenda a ese amor infinito, que alguna vez sintió- cuando creía en esas cosas- que venían de su vida anterior y que, seguramente, en la próxima reencarnación, ella lo seguiría amando. Ahora ella ya no cree en casi nada, pero las recuerda.

Sin embargo, más allá de todos estos años, de todas las vivencias, de todos los cumpleaños que jamás compartieron, ella tiene la certeza que ese fue el hombre que más amó en su vida o posiblemente, el único que de verdad amó, porque como decían los griegos- quién más- quien ama nunca deja de hacerlo. Entonces, ella una vez más, le deseó Feliz cumpleaños, aunque él jamás se enterará.
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domingo, 1 de diciembre de 2013

El mismo amor, la misma sangre, el mismo deseo...


Ella tenía 14 años cuando lo conoció y supo- sin saberlo- que sería definitivo.  No lo amó desde el primer día. Lo fue haciendo de a poquito, pero puede decir como Borges: estar o no estar contigo es la medida de mi (su) tiempo.

Lo amó con el ritmo de cada edad; con el frenesí de los 15, con la intensidad de los 20, con la ansiedad de los 30, con la necesidad de los 40, con la serenidad- si es que puede haber serenidad en el amor- de los 50. Lo amó y lo amará por siempre. Lo sabe ahora que está cerca de los 60.

No hubo barrera que no intentara derrumbar, ni obstáculo, ni tiempo, ni espacio que ella no intentara subvertir, hasta que un día allá en los lejanos 90 entendió (o asumió), lo que había tardado tanto en aceptar: que él no la quería tanto como ella, que no la amaba, que no. Fue doloroso, desgarrador pero esa certeza actuó como un bálsamo, tal vez porque es cierto eso de que la verdad sana... pero a qué precio!

Ella pensó tanto y constató con resignación como todo su quehacer ha estado atravesado por ese amor y ese dolor. Ella  siempre decía que su vida con él (porque convivieron contra todo pronóstico) era como un rompecabeza, al que le faltaba una pieza para poderlo entender y la encontró en esa definición. Entonces siguió su existencia que, acompañada de esa certeza, se hizo más definida, simplemente más definida pero más solitaria. 

Ella a veces sueña con él. Ha vuelto a revivir momentos olvidados: ha vuelto a hacer el amor; ha vuelto a cocinar para él, a leer juntos. A vivir. Cuando ella despierta, ella está triste, muy triste. Porque sabe que eso solo pertenece al pasado. Ella dice que eso ocurre cuando- sin querer- duerme del lado donde él lo hacia cuando dormían juntos en ese mismo colchón. Ella cree eso y entonces evita desplazarse a ese lado, otras no, es como una forma de estar viva. Ella piensa que después de él, ella fue desterrada del Paraíso. Ella lo cree.

Ella soñó con él anoche y despertó justo cuando, agarrándole la cara le decía cuándo nos volveremos a ver y entonces las palabras que le dan título a esta crónica (?): el mismo amor, la misma sangre, el mismo deseo, comenzaron a taladrarle la memoria y supo así que había llegado el momento- largamente retrasado- de escribir sobre él.