jueves, 6 de febrero de 2014

Incendio en la pradera



Es todo tan extraño que hasta le cuesta verbalizarlo. Pasó de una emoción  a otra como si de una adolescente se tratara. Hay un vértigo que la desborda y apenas la contiene. No logra entender qué desencadenó este incendio en la pradera. Supone que fue la palabra. El deseo. La ausencia, tal vez.
Pareciera entonces que dentro de ella hay como un volcán que ha hecho irrupción y su lava recorre su entorno quemando todo lo que encuentra  en su camino. Incluyéndola.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Temblor




Acabo de cumplir 15 años y él me ha regalado mis primeras flores y mi primer libro de poesía; Neruda por supuesto. Tengo 15 años y el mundo me pertenece y ya él está  a mi lado. Con él aprendí a conocer a muchos autores, a leer mucho, mis primeros temblores, mis primeras cosas que no conocía, que no sabía qué nombre ponerle. Tengo 15 años y él no vive en mi ciudad, no le gusta, nunca le gustó y eso me duele. Tengo 15 años y escribo mis primeras cartas de amor y mis primeros diarios. Tengo 15 años pero aun no pienso en el sexo. Eso vendrá después cuando ya no pueda reprimir a mi cuerpo, que muchas veces sabe más que las neuronas. Tengo 15 años y lo amo.

Tengo 15 y mi felicidad es del tamaño de su rostro. Entonces lo hospitalizan y hago mi peregrinaje todos los días para verlo en su rol de futuro operado. Es tan placentero todo, que es uno de mis mejores recuerdos. El acostado, frágil, esperándome. Yo, temerosa, deseosa, haciéndome mujer, creciendo en estos nuevos roles... El, su pijama, su papá, casi que regañándome y las miradas, las infinitas miradas que nunca cesaron...

Todo era nuevo y nada envejeció, ni siquiera cuando creía que así ocurriría. Muchos años después, una de las cosas que más recuerdo son esas miradas y la sonrisa, la eterna sonrisa del adolescente que no se va de mi. Ni se irá. 


lunes, 3 de febrero de 2014

Bendito amor



Tengo 28  año y una obsesión que me recorre completa. Tengo 28 años y solo quiero saber de un hombre y su nombre. El lo ignora y a mi no me importa. Lo busco por toda la geografía y finalmente lo encuentro y es como si jamás lo hubiese dejado de ver. Está allí para mí, para mi deseo, para mi cuerpo, para mis humedades. El siente lo mismo. Lo que vino después fue la confirmación de lo que siempre sentí: había nacido para él. Fueron entonces meses y años de una pasión que nunca tuvo fin, que no se agotó.  Ni siquiera el dolor de la ruptura acabó con ella. Acabó con la posibilidad, con la esperanza, con el sueño, pero no con el deseo... ni con el amor. Bendito amor.