sábado, 13 de junio de 2015

Sesenta y veinte

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El tiene sesenta años o algo más. Ha vivido intensamente. Se ha casado y se ha divorciado más de una vez. Tiene varios hijos y por supuesto, es abuelo.Se ha enamorado  y se ha desenamorado a lo largo de su zigzagueante vida, una vida que bien merecería una crónica aparte, pero en esta esta no voy a hablar de ella, solo me voy a referir  a uno de sus episodios recientes, por razones de espacio o de simple gusto.

Sucede que una vez más- nuestro personaje- se ha vuelto a enamorar. Pero no es cualquier enamoramiento, es a diferencia de los otros, un enamoramiento sin futuro, sin posibilidades, sin alternativa, que no sea vivir el momento-a- momento, el día-a-día, el segundo-a segundo que la vida azarosa y díscola le ofrece. Ella tiene casi 20 años. Por ello, este enamoramiento es más definitivo y más intenso: son más de 40 años de diferencia.

El, que ha estado con innumerables mujeres,  a veces no sabe qué hacer con está que es menor que su hija menor. El siente que lo que está viviendo lo supera, que ese sentimiento no lo logra contener y que lamenta profundamente no tener 20 años menos, para levantar nuevamente anclas, porque él- dice- no sabe estar con dos mujeres a la vez. Y sin embargo sabe, que la única manera de estar con ella, es seguir con su vida cotidiana, vale decir su esposa, su familia.

El solo habla de ella, de su inteligencia, de su edad, de su belleza. El se sabe enamorado y correspondido. Se sabe querido y con eso le basta para seguir, no sabe hasta dónde. Sufre y goza. Vive con la adrenalina a millón y no le teme  a sus consecuencias, porque dice que cualquier cosa que ocurra estará precedida por una gran felicidad, una gran goce, una exquisita locura, que  bien pudiera ser la última... pero nunca se sabe, sino que lo diga Vargas Llosa que con 79 años decidió vivir una nueva aventura pública, explosiva, sin importarle nada.

De tal modo, que él vive la paradoja de estar enamorado y saber que no puede hacer nada para concretar esa posibilidad. Que no hay alternativa... por ahora. Que debe seguir viviendo esto con el susto de no saber a dónde lo lleva la voraigne, que no le importa, que él va a vivir lo que le toca, como siempre, como si tuviera 20 años menos, sabiendo que no es así. Pero viviendo, como ha sido su consigna a lo largo de su azarosa vida. Viviendo.