viernes, 4 de noviembre de 2016

Castejón

Diciembre 2105. Calle Carabobo.


Nombro Castejón y digo Universidad, en especial Universidad del Zulia. Nombro Castejón y digo compromiso.  Nombro Castejón y digo Venezuela. Nombro Castejón y digo MAS de mis tormentos.

Ahora sé que hay personas que las pensamos eternas, una de ella era Castejón. Siempre vital, siempre presto. Siempre lo vi dedicado a algo, comprometido con algo. No todas las veces coincidíamos, pero siempre le reconocí su entrega, su bonhomía y su buen humor. Siempre tuve la sensación de que él  andaba contento, muy contento por la vida. Solo una vez lo vi bravo, allá en los lejanos 70 en una discusión de la Juventud del MAS, donde para todo enarbolábamos a Haberman y él, harto y molesto con ese estribillo, nos dijo que ya estaba cansado de Haberman, qué el también lo había leído.  Y luego, nunca más.


Decano de la Facultad Ciencias de LUZ -en más de una oportunidad- la facultad que tanto impulsó y la que ayudó a que dejara de ser experimental (aunque algunas autoridades de LUZ, aun lo ignoren), Vicerrector académico, candidato a Rector, director de la OPSU y Autoridad única de Educación en el Zulia,   en el gobierno de Arias Cárdenas, destacó en todos estos cargo por su capacidad de trabajo y de diálogo. Tenía algo que a veces me molestaba y que ahora entiendo: a  casi nada ni a nadie le decía que no. Famoso era el chiste en la universidad donde decían que la gente entraba brava a hablar con él y salía contenta.

Militante comunista y luego fundador del MAS. Fue durante sus 77 años, consecuente con sus ideas. Respaldó al gobierno chavista desde el principio organizando, junto a otros profesores, el movimiento Unipropaz de LUZ, el cual fue durante un largo tiempo, una especie de ágora donde los universitarios discutían y reflexionaban sobre el quehacer del país, acosado por un golpe de estado, un paro petrolero y un permanente saboteo a su quehacer.  Enemigo de sectarismos y fanatismos, cultivó el entendimiento con todos los sectores. En su despedida esto se hizo evidente,  allí asistieron representantes de todas las tendencias.


Castejón era como lo conocía casi todo el mundo. Sus más allegados lo llamaban por su nombre pila: Antonio. Muchos los creían familia de otros castejones de LUZ, pero no, Castejón (el nuestro) era de Caracas, donde había estudiado matemáticas en la UCV y luego al comienzo de los 70, se vino a esta tierra que hizo suya y a la que tanto le dio.


En todos los acontecimientos importantes del país y la región, en las últimas 4 décadas en los que he estado presente, veo a Castejón, opinando, escribiendo, alertando. El siempre estaba allí y eso me daba sosiego, calma. Siempre anduvimos por la misma senda, si no nos encontrábamos al principio, nos contrabatamos al final y eso me confirmaba, me justificaba.  Y no solo coincidíamos en los actos políticos, en los de la cultura también, infinidad de veces nos vimos en recitales de poseía, musicales, teatro, etc. Siempre con Sara, su eterna compañera y con su hijo José Tomás.

Recuerdo su voz y sonrío ¿Cuántas veces escuché ese sonido, esa risa, esa vehemencia? Incontable. Hoy vuelvo a recordarla  y vuelvo a sonreír, sabiendo que ya no lo volveré a ver, ni a leer ni a escuchar  ese vozarrón que era tan famoso, que solo mi memoria me devolverá esos sonidos y esas imágenes y agradeceré a la vida haberlo conocido. Sí señor: fue uno de mis referentes, junto a Aquiles Materán, a Luis Hómez, entre otros y qué orgullosa me siento de ellos.
 

Sé que, seguramente, no era amigo de los grandes homenajes, pero me hubiese gustado despedirlo en su Facultad de Ciencias o en el Rectorado de LUZ,  su casa por antonomasia, no en ese espacio y frío de una funeraria. Tú vital, tú pensador,  tú creador, eres una parte fundamental de esta universidad. El día que se cuente la historia de los verdaderos hacedores de nuestra alma máter, de sus verdaderos defensores, tú (o mejor vos) ocuparás un lugar central. Estoy segura.

En la universidad le decían  doctor Chapatín y él se sonreía; en verdad se parecía a ese personaje, con su pelo blanco y su actitud de científico. Me agrada pensar que disfrutó mucho, que se negó pocas cosas, que se bebió la vida a sorbito y en grandes tragos. Tuvo 8 hijos, pero en especial lo recuerdo dedicado al último, a José Tomás, benjamín que le ha dado (y le seguirá dando)  lustre y esplendor a ese apellido.


¡Ay Castejón cuánto te vamos a extrañar! Prometo sonreír cada vez que te recuerde.