Por Alma Varela (https://www.zonadocs.mx/2019/06/27/la-determinacion-del-lenguaje/)
¿Con qué frecuencia pensamos en las
palabras que usamos para nombrar la realidad que nos circunda? ¿Nos
detenemos a reflexionar sobre cómo determinan nuestra manera de entender
el mundo? Con la aparición del lenguaje inclusivo, estas preguntas se
vuelven necesarias porque es innegable que hay un segmento de mujeres
que al usar las palabras no se ven del todo representadas en ellas; la
propuesta desde luego, genera polémica. El uso del lenguaje en varias
ocasiones se aleja de las convenciones de la lengua, pero la defensa
apasionada de las normas no siempre surge en proporción con los agravios
a las mismas y solo se activa cuando el lenguaje inclusivo hace su
aparición. Vayamos un poco atrás, antes de que esas reglas existieran.
Los primeros atisbos de esto que llamamos español escrito surgieron en la primera mitad del siglo XI al norte de España. Las glosas emilianenses y silenses
han permitido tener una idea aproximada de cómo se transcribió una
lengua que aún no había sido fijada bajo sus propias normas, y se
debatía entre mantener sus semejanzas con la lengua latina o sucumbir a
la influencia de lenguas como el leonés, aragonés o el castellano. En
aquellos siglos, lo mismo podía verse escrito muller o muger en lugar de nuestra palabra mujer; o ermano, yermano y germano como opciones al hoy hermano. Antonio Alatorre, en su obra Los 1001 años de la lengua española (1979),
señala que el castellano “fue en verdad una cuña que escindió lo que
había sido una masa bastante compacta de madera (materia) lingüística.”
al referirse a su propagación/imposición como resultado de la
reconquista del reino de Castilla.
El andar de la escritura en español
comenzó en los monasterios, donde solo los hombres de la iglesia
accedían a la alfabetización y con la venia de los monarcas fueron
perfilando la escritura de las palabras al preferir unas formas sobre
otras. Alfonso X de Castilla, el Sabio, fue de los primeros preocupados
en fijar la escritura y con ese afán escribió y corrigió obras de su
tiempo para hacer de la lengua castellana un idioma hecho y “derecho”.
Sus elecciones tuvieron como criterio preponderante lo que él pensaba
que era lo correcto; aunque el componente político seguía regulando
algunas de sus determinaciones, señala Alatorre:
… la lengua castellana de Alfonso X es
básicamente el castellano viejo de Burgos, hay en él ciertas
“concesiones” a los usos de León y sobre todo de Toledo, donde se
hallaba la corte. En León y Toledo, ciudades de castellanización
reciente, debía ser malsonante todavía la terminación -illo en vez de -iello (castiello, siella) e hiriente la h de herir, hazer y hablar en vez de ferir, fazer y fablar. Por el “decoro” general de la lengua, que era lo que él buscaba, decidió cerrar la puerta a esos rasgos menos “derechos”.
Hoy sabemos que castillo terminó por imponerse sobre castiello, lo mismo que la h reemplazó a la f inicial
de muchos vocablos. Lo que para los hablantes del castellano del siglo
XIII era una incorrección, para nosotros es la norma.
En 1492, Antonio de Nebrija publicó las primeras normas de uso de la lengua escrita bajo el título de Gramática castellana.
Después de Nebrija hubo varios intentos por fijar la escritura del
castellano en términos de lo correcto; esa noción procedía de la visión
particular de un autor que elegía qué pronunciación y usos consideraba
los mejores. Es importante enfatizar que la escritura en esos días era
privilegio y preocupación de pocos.
Fue hasta 1713 cuando finalmente
apareció la Real Academia Española. En pleno Siglo de las Luces, el
establecimiento y manejo de convenciones académicas se convirtió para la
clase burguesa en un imperativo que había que cumplir a costa de lo que
fuera, al menos en apariencia. Muchas personas invirtieron sus recursos
para ser hombres de calidad, como les llama Molière en su obra El burgués gentilhombre, donde el protagonista Jourdain intenta ser culto de la noche a la mañana para conquistar a una marquesa. El
dinero permitía diferenciar al pobre del rico; pero el ser culto
permitía reconocer al nuevo rico del intelectual o del noble; el
conocimiento entonces, se convirtió también en un recurso de
discriminación.
En 1741 se publica la primera edición de la Ortographia española,
y como se verá, el propio nombre de la obra ha sufrido
transformaciones; las más recientes y dramáticas ocurrieron en 2009,
cuando la Academia eliminó el acento gráfico de las palabras guion y solo. También facilitó la escritura, al dictar que el acento gráfico tampoco era necesario para los pronombres demostrativos como esta o este.
No han faltado las voces de resistencia ante estas resoluciones, y a
modo de protesta mantienen esas marcas gráficas en la escritura.
Seguramente habrá quienes pasen por alto lo uno o lo otro sin que haya
grandes discusiones.
Como alguien que se dedica al estudio de
las letras, presenciar el fortalecimiento del lenguaje inclusivo fue
retador, sobre todo porque es costumbre abrazar posturas sobre las que
no necesariamente hemos reflexionado o siquiera pensado, entre otras
razones, porque competen a nuestro ámbito de profesión y por eso es
fácil creer que la verdad nos asiste inobjetablemente. Otros se oponen,
no porque sean los mejores practicantes de la correcta escritura, sino
porque esos cambios desestabilizan el orden social y los conciben como
antinaturales.
Este largo y a la vez superficial
recuento de la lengua española tiene como propósito compartir las
siguientes ideas: 1. El español es correcto o incorrecto como una
decisión; sus normas son invención y arbitrariedad social 2. En el
principio, los pocos que tuvieron injerencia en esas normas fueron solo
hombres, por eso, podríamos al menos considerar que tal vez Alfonso X o
Antonio de Nebrija concibieron la rectitud de la lengua en función de su
experiencia del mundo y las convenciones que aprendieron y promovieron.
El lenguaje es un mecanismo de comunicación y codificación de la
realidad inventado por los seres humanos, pero regulado desde la visión
masculina y dominante. Quizá la discusión no debería ser sobre la
pertinencia del porqué las cosas evolucionaron así, sino por qué es
necesario cuestionar esa visión y hacer modificaciones. Reflexionar
sobre el lenguaje puede ser un inicio 3. El acceso a la educación y el
conocimiento fue y sigue siendo un privilegio, por ello es que ha
funcionado como un recurso para marcar diferencias y dar lugar a la
discriminación, muchas veces se usa la ortografía con ese propósito 4.
La política y el lenguaje están relacionados; elegir entre una lengua o
versiones de ella para dar identidad a un grupo no es del todo una
elección ingenua, detrás de ella hay relaciones de dominación y poder
que se han normalizado y por eso las perdemos de vista.
Antes de decantarnos por aceptar o
rechazar los cambios que propone el lenguaje inclusivo, podemos dudar y
practicar la apertura para analizar las raíces sociales de las normas de
escritura; porque en ellas conviven un ideal de comunicación, pero
también la discriminación y conservadurismo. La ortografía se ha ido
convirtiendo en un divertimento y una obligación con la que gustosamente
convivo en las aulas donde imparto clase, estoy convencida de que todos
deben tener acceso a ellas y a cualquier conocimiento, pero lo más
valioso es reflexionar a partir de lo aprendido para cuestionar
creencias que nos separan o confrontan. Lo que podría decir a favor de
las normas ortográficas y gramaticales es que cualquiera que sea la
elección de una persona – escribir “bien” o escribir “mal”- deber ser
primero eso, una elección derivada del acceso al conocimiento; de lo
contrario las convenciones de la lengua seguirán operando como una
imposición social que colabora a determinar una sola visión del mundo de
quien las practica. En este trance, conviene saber que se puede cambiar
de opinión, que las elecciones no tienen que ser para siempre, sobre
todo si nuestras reconsideraciones tienen que ver con entender otras
realidades y a quienes las viven.