Hace una año, este 30 de octubre, que Hernán Nieto no está con nosotras, con su familia, con su amigos y hasta con quienes no lo eran. En los últimos 30 años de mi vida, estuvo, en ausencia o en presencia, pero estuvo.
Resulta raro para mi hablar en pasado refiriéndome a él, es como si, simplemente, hubiese hecho un paréntesis y ya pronto va a regresar...aunque sé, en lo más profundo de mi ser, que no es así. Que solo en la memoria volveremos a estar, a conversar, a discutir, a reirnos, a comer su arroz chino o su chopsuey que tanto le gustaba hacer, cuya salsa de soya es posible que haya tenido que ver con su enfermedad, según he leído.
He necesitado un año, con sus 365 largos, terribles e insólitos días, para poder escribir algo sobre él. Cuando algo me lacera, enmudezco y ni hablar puedo. Es un duelo tan profundo que me silencia toda.
Conocí a Hernán ejerciendo más que un acto de valentía, un acto de coraje. Allá por los lejanos, tormentosos e imprescindibles años 70. Ocurrió en los pasillos de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de LUZ. Allí, como representante de la Liga Socialista, se presentó solo en el principal bastión del MAS en la universidad, en busca de una tregua para un enfrentamiento que ya se asomaba como riesgoso para la integridad, y la vida, de más de un militante, de ambos grupos. Felizmente, la confrontación no pasó a mayores y sé que la presencia de Hernán, en ese espacio, contribuyó a ese logro.
Luego comenzó a militar en el MAS, con los empleados universitarios, dado que ya trabajaba en la FEC. Allí comenzamos a tratarnos más...Conocí a sus hijos y a su madre, a su padre y hermanos. Allí nos hicimos amigos.
Generalmente, teníamos conversaciones de altura. Crecíamos intelectualmente juntos. Fuimos grandes confidentes. En muchos casos no coincidíamos, pero terminaba privando el afecto y la solidaridad. Luego llegó Chávez y por supuesto, que él se situó en primera fila. No siempre soportaba críticas, aunque eso fue cediendo, y así transcurrieron estas casi dos décadas del siglo XXI, cuando en el mes de agosto del 2019, su hijo Lenín me informó que su papá padecía de ELA.
ELA, Esclerosis Lateral Amiotrófica, jamás había oído hablar de esa enfermedad y jamás me la quisiera encontrar de nuevo en mi camino. ¡Qué mala manera de conocerla! Su hijo me dijo que esa era la enfermedad que padeció Stephen Hawking, el científico descubridor de los agujeros negros y entendí una parte. La otra, me la explicó San Google y de qué manera, navegué por mares de informaciones, datos y casos y cada vez quería saber menos. La ELA es “una enfermedad de las neuronas en el cerebro, el tronco cerebral y la médula espinal que controlan el movimiento de los músculos voluntarios (…) Con el tiempo, esto lleva a debilitamiento muscular, espasmos e incapacidad para mover los brazos, las piernas y el cuerpo. La afección empeora lentamente. Cuando los músculos en la zona torácica dejan de trabajar, se vuelve difícil o imposible respirar”. El pedía que le lleváramos información, hasta que entendí que no valía la pena ahondar en lo inevitable: no se le conocía cura hasta ahora y el enfermo estaba destinado a morir, en una muerte lenta, atroz, porque iba perdiendo movilidad. Hablaban de 3 a 6 años de sobrevida.
Hernán solo duró 3 meses desde el momento del diagnóstico hasta su deceso, allá en el lejano y hermoso Boconó. Ciudad a la que se fue en busca de un milagro, como él mismo me lo dijo una vez: no tengo otra alternativa, él, tan poco dado a lo alternativo, a lo homeopático, a lo milagroso, pero ya la ciencia oficial lo había desahuciado y solo quedaba esa posibilidad, alimentada por un amigo que había sido curado de un cáncer hepático, con ese tratamiento, a base hierbas y la llamada medicina cuántica y que a la larga, lamentablemente, no funcionó con Hernán, pero se intentó.
Para viajar a esa hermosa ciudad, se puso en funcionamiento una larga cadena de solidaridades que le permitió viajar con su esposa e hijo, instalarse e iniciar el laborioso y costoso tratamiento. Estuvo algo más de un mes en eso y fiel a su formación científica y pragmática, decidió suspenderlo, sabiendo que ya no había nada que hacer.
Creamos un grupo de guasap que viabilizó muchas de estas ayudas, que llegaron de sitios lejanos y cercanos, como Mozambique, Costa Rica, creo que Perú, y por supuesto de Maracaibo, esa ciudad que tanto amo y odio durante buena parte de su vida y de otras partes del país.
Y llegó octubre, se había ido en septiembre, no preciso la fecha y ya no importa. Fui a Boconó a verlo, a despedirme, porque a los amigos hay que despedirlo, así nos duelan hasta lo insoportable. Cuando supe que su hijo Ilich había venido de Colombia a despedirse de él, supe que estábamos ante un hecho cumplido, inevitable y cercano. Lo acompañé todo lo que pude y más.
En Boconó hablamos como viejos amigos, como si no nos estuviéramos despidiendo, su hijo Lenín nos dejo solos. Y hablamos bastante, no obstante su dificultad para hacerlo. Sentía que yo flotaba en una nube de dolor, que no tenía antecedente, no quería ser yo, pero era yo. Trate de no llorar, de estar a la altura, ignoro si lo logré pero lo intenté. Me pidió algunas cosas, me habló de algunos deseos y lo demás casi no lo recuerdo, hizo hasta humor erótico y yo solo me sentí flotando en esa nube de dolor, sin peso, hasta que ya transcurrida una hora tenía que regresar a Valera. Una de las palabras, que más de una vez me repitió a lo largo de su agonía fue: “ Viví como 120 años, no le debo nada a la vida ni ella me debe a mi”. Recuerdo que lo abrace y lo besé con todas mis fuerzas, ya casi no emitía palabras y salí corriendo, como huyendo de lo que vendría. Tengo recuerdos de la atmósfera pero muy poco de lo que hablamos...
La visita fue un sábado y el miércoles siguiente, 30 de octubre, murió. Luego vino su traslado a Maracaibo, su breve velorio, su exhumación, y ahora su primer año. Y yo sigo pensando que, a lo mejor, un día de estos me llama y me dice, como solía hacerlo : Epa Morelita!