Ella piensa que si alguna vez le falla la memoria, como es probable que pase, ella se quedará con un solo recuerdo: el de él. Está segura de que no olvidará el primer beso, la primera vez que hicieron el amor, las múltiples veces que gritó de placer, lo feliz que fue con él y entonces ella recordaba lo que alguna vez leyó, que el orgasmo era el acto de mayor comunicación con dios. Ella volverá a ver su sonrisa, su piel, su olor, su cuerpo, todo él. Recordará su tono de voz. Para ella, él es la felicidad.
Ella cree que no ha olvidado nada de él. A veces se sorprende recordando frases, sonrisas, olores, momentos. A veces la memoria le hace triquiñuelas. A veces. Ella piensa que una sola vida no le bastó para amarlo. Pero ella sabe que solo tiene esta.
Ella a veces no quisiera recordar tanto, pero siente que todo lo relacionado con él ya está a tatuado en su ADN, en su células. Ya no es solo afectivo. Es también fisiológico. Lo siente en cada una de las partes que la constituyen; su mirada, su sudor, sus humedades, sus deseos, sus lágrimas, sus ganas...
Ella piensa que no le gustaría volver a verlo, pero hoy amaneció sintiendo que le gustaría saber de él antes de morir, pero no logra imaginar el momento porque millones de tambores tocan aceleradamente dentro de ella de solo pensarlo, entonces mejor se queda quieta.
Ella teme que su memoria se le imponga, que aun incluso cuando ha querido pensar en otra persona, él está allí transfigurado en otros, pero lejos de querer estar con ellos para estar con él, ocurre lo contrario: no logra estar con ellos, porque sabe que no es él.
Ella a veces piensa que esa memoria le pertenece más a él que a ella, que se la llevó él, entre otras cosas. Ella no sabe si le gustaría rescatarla. Y sin embargo, también sabe, paradójicamente, que esa memoria la trascenderá.
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