Nunca imaginé que esa muerte me fuese a doler tanto. Nunca. Porque para mi era tan cotidiano verlo tan activo, tan dinámico que era impensable pensar en su ausencia.
Cuando este miércoles 27 vi la noticia por Telesur apagué la televisión inmediatamente. No la podía digerir. No era potable. Es de esos momentos cuando uno quiere que esa no sea la realidad.
Tal vez apagando “la caja boba” la realidad era otra. Pero no, era cierto y desfilaron por mi mente tantas cosas asociadas a ese hombre llamado Néstor Kirchner, que inicialmente costaba pronunciar, pero que después se hizo hábito.
Mi primer recuerdo fue cuando resultó electo presidente, en esa etapa en la cual Argentina parecía un esbozo, una caricatura de lo que alguna vez fue un país, luego de la larga noche de la dictadura. Ni idea de quién era, sonaba incluso a alguien efímero, puesto allí, por no haber más nadie, incapaz de trascender. Con pocos votos llegó a la presidencia.
Luego vino su acercamiento con Chávez, un discurso que rompía con sus antecesores, algunas medidas a favor de los Derechos Humanos, en especial de los desaparecidos en Argentina, su relación con las madres y abuelas de Mayo, me comenzaron a reseñar a un presidente que como mínimo sorprendía gratamente.
Sin embargo, lo que lo me ganó como latinoamericana, fue su actuación junto co otros presidente frente a Busch, donde enterraron el ALCA. Allí me dije, este tipo es otra cosa. Luego vino Unasur, su elección como Secretario General, Bolivia y el intento de golpe frustrado, Honduras, las relaciones rotas entre Venezuela y Colombia, Ecuador y otro golpe frustrado y en todos esos eventos estuvo N.K. Recordaré por siempre su apoyo en el intento de liberación de los rehenes y su estadía hasta última hora en suelo colombiano, hasta que Uribe hizo su payasada. Allí estaba Kirchner. No fallaba. No nos fallaba.
Luego vino la presidencia de su esposa Cristina Fernández, que hace rato demostraba que no era un primera dama, que tenía peso específico, que hacia política, que era política. Ese binomio me gustaba.
Después vinieron leyes e iniciativas, salidas de esa era llamada la de Los K y que le ha dado tan buenos momentos a Argentina, mejorando su calidad de vida y sobre todo, devolviéndoles su condición de país, restableciéndoles su ego. Gracias a muchas de sus iniciativas, Argentina dejó de ser un paísito de caricatura, de generales y milicos que acabaron con una generación completa, cuando desaparecieron y asesinaron a más de 30.000 y que gracias a hombres como Néstor K. comenzó el fin de la impunidad.
Y entonces cuando la cosa comenzaba a ponerse mejor, se nos va. La vida nos vuelve a dar una mala jugada, casi una puñalada trapera. Y el dolor se nos instala a lo largo de nuestros cuatro puntos cardinales.
Debo terminar y no consigo cómo hacerlo. Intento finalizar diciendo que si alguna duda quedaba del impacto del Kirchner en Argentina y América Latina, allí están las imágenes de ese desfile interminable de personas mostrando su afecto, su dolor y su solidaridad. Allí están la mayoría de los presidentes de la región, representando el dolor de sus pueblos.
Lo dejó hasta aquí. Vivo mi duelo.