Ella
tenía 12 años y él también. Fue casi que un amor a primera vista,
como suele ocurrir a esa edad. O por lo menos, eso creemos. El era
hermoso y bonito. Ella extrovertida y coqueta. Temblaban cuando se
veían. Apenas rozaron sus manos, pero esa primera emoción les
permitió incursionar en el mundo del amor con buen pie o por lo
menos, así parecía. ¿Cuánto duro? No sé. A esa edad el tiempo
es muy largo y un mes puede parecer un siglo; lo cronológico se mide de
otro modo o transcurre a otra velocidad, como dicen que dijo
Einstein. Esa época, muy bien podría parecerse al de las estrofas
de la balada de Hans y Jenny, escrita por Aquiles Nazoa: su amor era
tierno y hermoso como dos colegiales cuando comparten su pan. Así
era. Así lo vivieron y así lo recordaban. Alguna vez eso se acabó,
sin tener muy claro las razones. Con el tiempo esas cosas se olvidan. Años después volvieron a verse en la universidad, cada quien con
su pareja. Nada especial. Transcurrieron entonces como 3 décadas
para volver a saber el uno del otro o de la otra. Muchas cosas habían
ocurrido. Muchas. Al comienzo solo se hablaron por teléfono, allí
intentaron ponerse al día : qué habían hecho, los hijos, el
trabajo, en fin la vida. Habían muchas cosas por contar y por
sentir. Se revolvieron los afectos y las emociones. Se revolvió el
alma, que volvió a ser adolescentes en un viaje hacia el pasado
guiado por la nostalgia. Decidieron verse entonces, luego de una larga
jornada de muchas llamadas y mensajes de texto, poemas incluidos. Ay
Dios. Y llegó, por fin, el día previsto para mirase de
nuevo, sin artilugios, sin intermediarios. Llegó el día en donde
todo podía ser posible. Todo. Llegó el día macerado, deseado. Cual
adolescente, ella se puso su mejor ropa, interior incluida, hasta se
perfumó. Trató de no descuidar ningún detalle. Trató. El
también hizo lo propio. Suponemos. Y llegó el momento. Y en ese viaje al pasado, ella lo volvió a ver, a mirar, a detallar y no podía creer
lo que él le devolvía como imagen, como voz, como estilo, como
forma: "la magia" se había esfumado. Era una caricatura de lo que alguna vez
fue. Sin rastro alguno de lo que ella conoció, ni por dentro, ni por
fuera. Cómo si un vendaval hubiese arrasado con él. Cómo si un
tractor le hubiese triturado cuerpo y alma. Como si se hubiesen ensañado con ese adolescente que ella conoció y del que hoy apenas
quedaba el nombre. Solo eso. No había nada de qué hablar. No había
tema. No había vida que compartir. Todo parecía caricaturesco; el
lugar, la cita, el encuentro, todo. Nada se salvaba. Como si de un
huracán se tratara. Ella evitaba pensar y él, supongo también.
Intentaron besarse y fue peor, porque ella supo entonces- con absoluta certeza- que
no había quedado nada de lo que alguna vez vivió y sintió. Ni
siquiera el hedonismo pudo hacer algo por salvar un momento que jamás
debió ser. Ella quiso pensar que nunca ocurrió. Que ese horror no
fue con ella. Que era un invento. Una ficción.
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