miércoles, 5 de febrero de 2014

Temblor




Acabo de cumplir 15 años y él me ha regalado mis primeras flores y mi primer libro de poesía; Neruda por supuesto. Tengo 15 años y el mundo me pertenece y ya él está  a mi lado. Con él aprendí a conocer a muchos autores, a leer mucho, mis primeros temblores, mis primeras cosas que no conocía, que no sabía qué nombre ponerle. Tengo 15 años y él no vive en mi ciudad, no le gusta, nunca le gustó y eso me duele. Tengo 15 años y escribo mis primeras cartas de amor y mis primeros diarios. Tengo 15 años pero aun no pienso en el sexo. Eso vendrá después cuando ya no pueda reprimir a mi cuerpo, que muchas veces sabe más que las neuronas. Tengo 15 años y lo amo.

Tengo 15 y mi felicidad es del tamaño de su rostro. Entonces lo hospitalizan y hago mi peregrinaje todos los días para verlo en su rol de futuro operado. Es tan placentero todo, que es uno de mis mejores recuerdos. El acostado, frágil, esperándome. Yo, temerosa, deseosa, haciéndome mujer, creciendo en estos nuevos roles... El, su pijama, su papá, casi que regañándome y las miradas, las infinitas miradas que nunca cesaron...

Todo era nuevo y nada envejeció, ni siquiera cuando creía que así ocurriría. Muchos años después, una de las cosas que más recuerdo son esas miradas y la sonrisa, la eterna sonrisa del adolescente que no se va de mi. Ni se irá. 


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