Gladis,
la ajena
Conocí
a la Sra. Gladis Villalobos de Nieto, por allá en los 80, en San
Cristóbal, cuando era dueña y señora de su hermosa casa ubicada en
la Urb. Torbes. Allí sobresalía por todos lados su origen
maracucho, del que se sentía más que orgullosa. Su hogar estaba
atiborrada de muebles clásicos, de cuadros, de adornos de su
región natal y de fotos, muchas fotos.
Cocinaba
exquisito. Nunca olvidaré las Islas flotantes, postre
por demás sabroso, que alguna vez probé, por primera y única
vez, hecho por ella en una navidad. Pasé varias con ella, su
familia y sus perros, tenía varios. La última con mi madre. Sus
perros la hacían muy feliz, tanto que los enterraba en su patio y
los recordaba con frecuencia. Fueron su compañía durante muchos
años y lo remarcaba con insistencia. En esa época vivía con ella su nieta Bianka, por la que sentía gran debilidad, recuerdo la
vez que le mandó hacer unos zapatos con tacones para que la niña
pudiera jugar a ser mujer. Era la típica abuela alcahueta y eso a mi
me gustaba. Solía contarme mucho de
sus viajes, en especial uno que hizo a Grecia. Era muy feliz
recordándolos.
Años
después, solía venir con frecuencia a Maracaibo. Entonces la
buscaba y salíamos a tomarnos un café o una cerveza, o la llevaba
de compras o a hacerse algún examen. Recuerdo una vez que la
acompañé a realizarse una densitometría osea y mientras se vestía,
me preguntaron su edad y yo dije que como 60. Ella se echo a reír y
me corrigió: eran 70, pero para mi esa era la edad que tenía.
Siempre arreglada, con boca y uñas preferiblemente rojas, con ropa
hindú y otras de mucho color y muchos collares. Siempre he pensado
que me gustaría llegar a esa edad con ese espíritu.
Cuando
comenzaron las Misiones de Chávez, se inscribió
rauda y veloz. Disfrutaba mucho esos nuevos retos. No recuerdo si
terminó alguna, pero lo que sí sé es que las disfruto. También le
gustaba leer. Quería mucho a sus hijos y con Hernán, su hijo mayor,
era extraordinariamente cómplice; siempre le reprochaba que tuviera
tantas novias o esposas, porque ella se encariñaba y luego no las
volvía a ver. El me contaba, con mucho orgullo, una carta que le
hizo solidarizándose con él, con sus decisiones política.
Amaba
(o amó?) con delirio a su marido Henán pero, en esa misma proporción, su
relación fue terriblemente conflictiva, dada las constantes
infidelidades. Era muy apasionada. Una vez le pregunté que
porqué no se divorciaba y me contestó, con una contundencia que me
desarmaba: es que no me imagino mi vida sin el De Nieto, qué
le voy a decir a mis amigas con las que juego? Sus
hijos me contaban que siempre fue una relación disfuncional, donde
nadie era feliz.
También
me hablaba de su hija Elizabeth, que en realidad era una sobrina,
hija de un hermano, pero que ella crío como propia desde que salió
del hospital donde nació. Cuando
creció, se casó, tuvo una hija, comenzaron los problemas, hasta que
un día desapareció y nunca más supo de ella. Eso le dolía
profundamente. Siempre me
decía: ¡no
se te ocurra adoptar!
Pasaron
los años y supe que estaba algo enferma del estomago, su hijo
había vuelto a Maracaibo- contra todo pronóstico- y decidió
traérsela hace como 8 años,
cuando la invitó a pasarse unos días en su casa y nuca más regresó
a San Cristóbal, hasta ahora. Ella
se quejaba constantemente por eso.
Volví a verla de nuevo,
en fechas claves como la navidad, su cumpleaños, el de Hernán.
Luego
de experimentar con diversos diagnósticos, la conclusión era
abrumadora; la Sra Gladis tenía más
que un problema físico, un
problema neurológico: sufría
de esquizofrenia, que
pudiera
ser de origen genético pero agravado por un estilo de vida signado,
por una relación matrimonial
donde -posiblemente-
nunca fue
feliz. Y así pasaron los
años. Cuánto
de esa disfuncionalidad influyó en su enfermedad. Seguramente
mucho. Hernán
junto a Violeta, su esposa, le aplicó diversos tratamientos y llegó
a mejorarla, notablemente. Siempre hablábamos
de la película Despertares, por
su sorprendente recuperación.
Pero
luego, comenzó la tragedia en cámara lenta. El país se complicó y
con él, toda nuestra cotidianidad Desde hace como dos años, ya
casi no se encontraban los medicamentos o eran inalcanzables, hasta
que ya no se pudo seguir medicando y su deterioro físico y
neurológico se aceleró. Estaba tan flaca-flaquita, se caía con
frecuencia, se quejaba constantemente, ya no veía televisión, ni
leía, ni hacia nada. Solo se quejaba.
Durante
estos años pasaron algunas eventos, por demás tristes, que supongo
ella tuvo poco conocimiento: el Alzheimer de su esposo y su posterior
muerte; luego vino también el Alzheimer de su segundo hijo
Adelkader. Y ahora hay que agregar también el diagnóstico de ELA de
Hernán, luego de lo cual su hijo menor, Erwing, se la llevó de
regreso a su querida San Cristóbal.
Recién
le pregunté por ella a Erwing, quien la cuida ahora –
anteriormente lo hizo con su padre- y me respondió que la llevó a
la casa “y no reconoció absolutamente ningún espacio...ajena
totalmente” y entonces hice silencio y vinieron a mi tantos
recuerdos, emociones, sonrisas, que me dije: tengo que escribirlo
para que no haya olvido, para que recordemos que alguna vez no fue
así, que estoy segura que a ella- coqueta como era- le habría
gustado que la recordáramos jovial, sana, arreglada, intensa.
La
foto que tiene su hijo en el guasap y otras que vi, visitando
su antigua casa en San Cristóbal, es de otra persona que apenas
reconozco, no de la señora Gladis que yo viví y disfruté, que está
en mis recuerdos y en mi corazón de otra manera; vibrante, dinámica,
atrevida y decidida. Así la quiero recordar. Así la voy a recordar
por siempre. Sé que el tiempo y la enfermedad son implacables, pero
mi mejor homenaje es recordarla como sé que a ella le gustaría que
lo hiciéramos, quienes la conocimos y queremos. Por ello, gracias
Sra. Gladis por todos los hermosos momentos que vivimos juntas, por
haber sido tan buena anfitriona, por haber sido tan solidaria y sobre
todo, por haber sido tan usted, no obstante sus fracasos y
desencuentros.
Maracaibo,
26 de septiembre de 2019
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