Conocí a Freider Montes en un salón de la FEDA. Un simpático gochito, que había nacido en Mérida y que ahora estudiaba en LUZ. Creo que era el año 2016 o 2017. Era inquieto y buen conversador. Le gustaba leer. Le regalé algunos libros y él hizo lo mismo conmigo. Poco a poco, y de manera intermitente, fuimos construyendo una relación académico-personal que nos permitía hablar de literatura, de sus trabajos, del arte, de la vida.
La última vez que lo vi, fue cuando se realizaron, en febrero de este año, las asesorías de la Escuela de Artes Plásticas y él se censó para regresar a estudiar, ya que por diversas razones- entre ellas la de salud- había tenido que retirarse. Me contó de su dolencia, de la próxima operación y de su trabajo. Me invitó a tomarnos un café y hablamos largamente. Estaba segura que - dada su juventud; 19-20 años- le ganaría el pulso a la enfermedad, tal como lo hizo otro alumno, otro amigo, Sergio Garrido. Me habló, para mi asombro, con naturalidad de la metástasis, no obstante lo cual me monté- junto con él- en el tren del optimismo. ¿Porque habría de ser de otra manera?
Estuve muy pendiente de la cercana operación. Incluso, hablé con él en varias oportunidades, después de haber salidos del hospital. Lo percibía tranquilo, confiado, esperanzado y yo con él. Lo sentí tan bien que hasta le dije que porqué no se incorporaba, por lo menos, a las dos materias que había inscrito conmigo, me dijo; no Prof. todavía no estoy tan bien como para regresar y le contesté, bueno entonces será para el próximo semestre, que llegará pronto, ya sabes como corre el tiempo. Conversamos un par de veces, comentamos la desaparición de María Reyes, su compañera de Escuela y nada me hacía presagiar este triste final. Este inhóspito final. Este insalvable final.
Hace pocos días, un alumno- creo que Sergio, quien se comunicaba con él por FC- me comentó que había recaído, que estaba sangrando, entonces me asusté y lo llamé. Me contestó su mamá y allí sentí que algo andaba mal. No ahondé mucho. Quise confiar en sus ganas de vivir y en su juventud.... hasta que este domingo 25 de marzo recibí un mensaje de su teléfono, anunciando su muerte. No lo creí. Pensé que leía mal. Llamé y me contestó su hermana quien, con su acento andino, me confirmó la mala nueva.
Hace rato que digo que no me gusta marzo y esta muerte me lo reafirma:cómo si no fuera suficiente con la angustia de estos 25 días por la desaparición de María Reyes, ahora le agregamos la partida física de Freider. Ya no lo veré más en mis clases. Ya no hablaremos más de sus planes, de sus sueños, de la literatura, de Borges. Ya no intercambiaremos más libros. Ya no lo escucharé más. Ya no estará y yo sentiré que la EAP, cada día, se me hace más sola con estas ausencias que nadie buscó ni muchos menos deseo.
Gracias por todo Freider. Gracias por habernos dado un pedacito de vos. Seguirás viviendo en el recuerdo de los que te conocimos y aprendimos a quererte. Los que te queremos, te llevaremos por siempre para que no haya olvido. Que el viaje te sea leve. Mi corazón está de luto. Mi palabra también. Ambos están a media asta.
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