jueves, 22 de octubre de 2015

José Ignacio Cabrujas, el que no se ha ido



Conocí a Cabrujas en el 73, cuando fui al cierre de la primera campaña electoral del MAS -el MAS de mis tormentos, como bien él lo definió- en Caracas, con José Vicente como primer abanderado presidencial del partido del puñito. Recuerdo que cuando iba entrando al otrora Nuevo Circo una voz que coordinaba el acto me sedujo: era la voz de José Ignacio que entraba en mi vida para siempre.

Luego comencé a leerlo y a releerlo en los periódicos donde escribía: El Nacional, Punto y el Diario de Caracas. La segunda vez que lo vi fue en un teatro en Chacao, en agosto, cuando hacia una de las últimas funciones de El día que me quieras, donde él actuaba. Lo vi al entrar al recinto y toda yo rodé, no sabia qué hacer; si saludarlo, felicitarlo o no decir nada. Opté por lo último. Ese día para mi el teatro se dividió en antes y después de Cabrujas.

Compré el libro de la obra y pese a que a mi no me gusta leer teatro, lo he releído infinidad de veces; hasta saberme incluso algunas partes de memoria. Cómo olvidar a los personajes de María Luisa, Matilde y Elvira Ancízar, a Gardel (exquisitamente interpretado por Jean Carlos Simanca) y sobre todo a Pio Miranda diciendo: Gardel no me divide la historia o no comprendes que me expulsaron de la vida o a lo mejor se me extravío el mundo. Todo eso en una sola voz, de un abandonado y desesperado que anunciaba su pertenencia a la idea del comunismo sovietizado como única idea capaz de redirmirlo, de darle sentido a una vida que se había quedado extraviada en la historia, como muchas veces dijo Cabrujas que estaba el país.

Ese Pío Miranda que encarno a tantos y tanto compañeros de lucha política que conocí, en diversos partidos de izquierda, incluyendo al MAS, que militaron como Pío, sintieron como Pío y... murieron como Pío, viviendo una entelequia, una idea cosificada y dogmatizada que vació de contenido muchas de sus hermosas propuestas. Todo esos me lo dijo Cabrujas en ese librito chiquito llamado El día que me quieras y en una obra monstruosa llamada El día que me quieras y al cual, con frecuencia regreso, convencida de que encontraré una clave para entender al país, para entendernos, para entenderme y casi nuca falla.

Por eso digo, a 20 años de su ausencia cumplidos este 21 de octubre, que Cabrujas no se ha ido, no se puede ir. Cómo, sí a través de sus discursos seguimos entendiendo al país como oficio, si lo mejor que pudiéramos hacer frente a esta polarización espantosa y ya casi suicida, es pensar a Venezuela como un país donde cabemos todos, donde podemos caber todos, donde debemos caber todos. Por eso digo que José Ignacio no se ha ido, sigue aquí, susurrando al oído -con esa voz orgásmica que a todas y a todos paralizó y sedujo- sus reflexiones, su país según Cabrujas.


Podemos estar en desacuerdo en muchas ideas y situaciones, pero en torno a Cabrujas y su voz, ya nos solo de dramaturgo, sino de taumaturgo -como bien lo definió Alexis Blanco- podemos ponernos de acuerdo. Creo que es posible. Es necesario que sea posible. Sigamos.

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