miércoles, 11 de septiembre de 2013

De Utopías y otros recuerdos...



Cuarenta años después, cuando se conmemora el derrocamiento de Allende, se me alborotan los recuerdos y vienen a mi memoria tanto compañeros y compañeras idos, ausentes, fugaces, renegados de lo que alguna vez fueron, transfugas de eso que llaman Utopía y que ahora sé y de qué manera- como dice Galeano- que ella solo sirve para alumbrar el camino. También recuerdo los que no se fueron, los consecuentes. Y no olvido los que murieron creyendo- a su modo- en la necesidad de una sociedad más justa.


Buena parte de mi generación soñaba (mos) con irnos a Chile, a colaborar con Chile, con el compañero Allende. Ay dios, tanta ingenuidad no me cabe en la memoria. Después de ese día conocimos el dolor político, sin antecedente para nosotros, nuevo, hondo, intenso y definitivo. Así durante años, muchos, recordábamos esta fecha mediante actos políticos en la universidad (en Ingenería, la mayoría) en el teatro Baralt, cuando no era lo que es hoy. Recuerdo mucho a Lydda Franco compartiendo estas lides y a buena parte de la juventud del MAS: Adilfer Gotera, Ender Colina, Ender Ortigoza, son tantos que alguno se me pueden escapar.....


Esta canción de Silvio era una de las preferidas. Nos reuníamos y la cantábamos una y mil veces. Chile definitivamente nos marcó y nos introdujo- repito- en el territorio de un dolor que no por nuevo era menos doloroso. Durante estos 40 años este dolor nos ha acompañado, pero se ha metamorfoseando en otros, como el de Chávez por ejemplo....



SANTIAGO DE CHILE (1973) Silvio Rodríguez

Allí amé a una mujer terrible,
llorando por el humo siempre eterno
de aquella ciudad acorralada
por símbolos de invierno.

Allí aprendí a quitar con piel el frío
y a echar luego mi cuerpo a la llovizna,
en manos de la niebla dura y blanca,
en calles del enigma.

Eso no está muerto:
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.

Allí, entre los cerros, tuve amigos
que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.

Allí nuestra canción se hizo pequeña
entre la multitud desesperada:
un poderoso canto de la tierra
era quien más cantaba.

Eso no está muerto:
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.

Hasta allí me siguió, como una sombra,
el rostro del que ya no se veía.
Y en el oído me susurró la muerte
que ya aparecería.

Allí yo tuve un odio, una vergüenza,
niños mendigos de la madrugada.
Y el deseo de cambiar cada cuerda
por un saco de balas.

Eso no está muerto:
no me lo mataron
ni con la distancia
ni con el vil soldado.